Mis pupilas se dilatan y comienza un repiqueteo incontrolable del corazón, se me cierra la garganta con un nudo que solo existe en mi mente pues veo de refilón las imágenes del ataque aéreo a Libia y solo estoy en mi cocina, haciendo frijoles negros una noche de sábado en La Habana.

Las imágenes de Tokio son desgarradoras, araña el alma ver al mar apoderándose de la tierra, jugando con barcos, autos y techumbres como si de juguetes habláramos. Los japoneses llorando por sus hijos perdidos o ahogados, ancianos sobreviviendo a dos desastres naturales conjugados, más la mayor alerta nuclear desde Chernobyl. Escocen la vida desde el Occidente, dejan un sabor amargo y solo queda la certeza que contra la naturaleza es imposible luchar.

Pero las imágenes de Libia causan mucho más dolor pues conforman la ecuación fatal de dolor+ impotencia+rabia. Quien da derecho al maltrecho Consejo de Seguridad de la ONU para efectuar vuelos rasantes y arremeter con cohetes el norte de ese país.

Es cierto que la situación está complicada: en las últimas semanas los medios han evangelizado y demonizado a Gadafi, imágenes que muestran sangre, carteles de apoyo y otros de descontento con el líder. Revueltas magnificadas y asesinatos, religiones y culturas incomprendidas y hasta desconocidas de este lado del mundo.

Grosso modo esa era la realidad en Libia hasta que llegaron los aviones de guerra franceses y atacaron “objetivos militares” para proteger a la “población civil” pero eso no fue lo que sucedió hoy a las 8 y 6 minutos llega a mi televisor un desgarrador primer plano de un niño libio de al menos 6 añitos, entubado, magullado y víctima de los ataques de la ONU que me desgarra el alma y me deja inmóvil delante de mis frijoles.

Un terremoto es la causa del movimiento de las placas tectónicas de la Tierra, un tsunami es la causa de un terremoto cuyo epicentro se localiza en el suelo marino, pero un ataque armado a una población civil tiene como causa la imbecilidad y prepotencia humana, la sed de petróleo ligero libio. Y sí, estoy en contra de la violencia del Consejo de Seguridad, desde aquí desde mi cocina en La Habana, Cuba, esta noche de sábado.

Tomado del blog Mi brújula ^[1] de Maité López Pino