Todo lo que “abone” el surco será recibido como se reciben los estacazos de agua cuando el suelo luce agrietado; y todo lo que plague sus cultivos se escardará del modo en que se pueda porque el fin último y primero de los campesinos es trastrocar el sudor en frutos.
Por eso, si los cambios instaurados en la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) derivan, precisamente, en mejores atenciones al productor, serán bienvenidos como el aguacero de mayo; y allí donde la nueva estructura sea un ente que no revitalice los escenarios del surco a la mesa, terminará siendo puro formalismo.
Todo depende, como siempre, de los hombres que en Ciego de Ávila rondan los 500 distribuidos en 88 Cooperativas de Crédito y Servicios (CCS) y 44 Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA). En ellas, desde enero, vienen constituyéndose órganos de base, integrados por tres, cinco o siete asociados que conforman una estructura, independiente, a la junta directiva que continúa administrando dichas entidades y que antes se subordinaba a la ANAP.
“La intención —explica Hanoi Sánchez Medina, presidente de la ANAP en el territorio— es que la organización se encargue de un trabajo más directo con el productor, pues antes el presidente de una cooperativa (de su junta directiva) tenía que estar en el surco, en varias reuniones, detrás del recurso… Ahora, la Asociación está representada por esos órganos de base, cuyos compañeros tienen una función específica dentro de la cooperativa. Son simples trabajadores que se encargarán de velar por lo que necesita el guajiro, por qué no cumple el plan, qué le impide mejores rendimientos o hasta las preocupaciones sociales, de su familia, que pueden restarle empeño a su labor”.
“El presidente de la CPA o CCS podrá dedicarse por entero a administrar y el presidente de la ANAP en ese órgano de base a estar más cerca del campesino. Todo con el fin de lograr mayores aportes. Sigue siendo el mismo objetivo”, aclara.
Sin embargo, aunque Rafael Santiesteban Pozo, presidente nacional de la ANAP declaró a la prensa que “la relación entre ambas estructuras no será de subordinación, sino de cooperación para orientar a los asociados y representar sus intereses”, el hecho de que los recursos y la administración descansen sobre los hombros de la junta directiva, supone que la nueva estructura de la ANAP dependa de ella para darle solución a los tropiezos que broten del campo.
De cualquier manera, considera Hanoi, “resulta beneficioso porque la ANAP sería la contraparte y tendría que velar y exigir por las problemáticas del campesinado; al final se trata de una labor política que no puede separarse de la productiva y económica”, si se hace bien.
Ejemplos, seguramente, podrán encontrarse.
Por lo pronto, los cuatro miembros profesiones de la ANAP provincial socializan cada mes, de manera formal, con los 132 presidentes de los órganos de base y el encuentro es otra de las posibilidades para perfeccionar la reciente estrategia. Más allá del intercambio les queda el terreno y allí tienen dos opciones: o permiten que crezca la “mala hierba” o impulsan las producciones y demuestran que a la nueva estructura le sigue sirviendo el viejo propósito.
(Con información de El Invasor)
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