En muchas de las tiendas capitalinas ha dejado de formar parte del derecho al consumidor, la colocación de su mercadería en una jaba plástica.

Por: Raúl San Miguel

El tema lo sugiere el ilustrador de este comentario, el colega F. Blanco, quien se pregunta por qué en muchas de las tiendas capitalinas ha dejado de formar parte del derecho al consumidor, la colocación de su mercadería en una jaba plástica. Sin embargo, -argumenta- la disponibilidad de este producto que como parte de las variantes de “ingreso” para establecimientos estatales no escasean en las manos de vendedores ambulantes.

Por mi parte, coloco un acertijo, a modo de graficar: ¿Cómo pueden ser contabilizadas las jabas plásticas ofertadas entre 50 centavos y un peso en CUP? Me refiero a cuáles son los ingresos que pueden ser notificados por cada lote (sé, es difícil comprenderlo) o bulto si tenemos en cuenta la casi locura de contarlas, como producto comercializable, por separado. ¿Entonces cuál es la cuantificación real de su venta en los establecimientos estatales?

Recuerdo, en mi niñez, el cartucho (jabita de la época) era la envoltura disponible en la red de venta de comercio minorista y la gastronomía con un solo objetivo: trasladar lo comprado en forma protegida. Más aún, el reciclaje de aquel papel –casi biodegradable por su composición orgánica, donde primaba la celulosa- permitía utilizarlo para extraer la grasa en demasía durante la cocción de los “plátanos a puñetazo” o para evitar el excesivo calor de la plancha sobre la tela.

Ahora las nuevas bolsas resultan más duraderas, tanto que su composición -como derivado del petróleo, no solo las convierte en objetos cuya desintegración puede suceder 500 años después de fabricada, sino en un problema por la facilidad de convertirse en objeto contaminante en alcantarillados y otro problema a resolver por los clientes (léase consumidores, usuarios…), cuando debe ser al revés.

(Tomado de Tribuna de La Habana ^[1])