Cada día despertamos y el dinosaurio imperial sigue ahí, al pie de nuestros sueños, apretando las clavijas de Cuba para asfixiarla de una vez por todas. Pero ya está llegando al límite de la ceba y la saña. Ya nos está obligando a atrincherarnos, a precisar de qué lado de la cerca debemos estar: si abriéndole los trillos invasores con miméticas resonancias, o cerrando la Muralla de Nicolás Guillén. Al final es siempre la paloma de vuelo popular frente a los halcones.
El escenario se define sin terrenos movedizos, zonas neutrales o medias tintas. Vuelven tiempos difíciles, que ni por asomo resucitarán el especial período numantino de aquellos 90; pero se harán sentir. Ya nada asusta a un pueblo doctorado por la vida en resistir convulsiones y sobrepasarlas. Ya son demasiados entrenamientos para la adversidad, a repique de una conga sempiterna por la vida y la alegría.
El Presidente cubano una vez más nos llamó a sentir y pensar como país para sobrepasar las borrascas, sin compartimentos estancos ni exclusiones. Nos pidió iluminar el lado bueno del corazón. Y aunque hubiera que aplicar apagones por la crisis energética coyuntural, encender el candil de la generosidad y el compartirlo todo. Infundió confianza y fe en la capacidad de sobrepasar, una vez más, tantas escaramuzas. Esta no es la Cuba de los 90.
Es la hora de que cada compatriota, no importa como piense ni las inconformidades y disonancias que avive, haga lo mejor y lo más racional desde su rincón. Es la oportunidad, una vez más, de desatar y aprovechar las energías creadoras y la iniciativa popular y radicalizar las transformaciones de nuestro socialismo. Es prepararnos como sociedad para no seguir administrando crisis, sino para remontar el vuelo sacudiéndonos los lastres y bloqueos internos que frenan a las fuerzas productivas y todos los laberintos burocráticos que nos extravían y desgastan. Como si no fuera bastante el bloqueo estadounidense…
Al final, Cuba apuesta a la unidad nacional —que no la falsa unanimidad— para demostrar que un país, por pequeño que sea, puede vivir, desarrollarse e incluso prosperar sin la anuencia del gran gendarme imperial. De ahí que estemos irremisiblemente obligados a la prosperidad, sin excusas ni pretextos de origen exterior.
El llamado del Presidente al buen hacer, la disciplina, el respeto y la decencia ante las dificultades, es a todos los cubanos, sin distinción: estatales y privados, trabajadores y directivos y dirigentes de cualquier rango.
En esta crisis energética coyuntural, quienes tienen combustible en sus manos están obligados a controlarlo estrictamente para lo imprescindible, sin insultantes privilegios personales. Y en cada vehículo estatal, no importa la categoría o el nivel, lo justo ahora es ceder un espacio al prójimo que anda botado en el camino.
La crisis podrá atenuarse, y ya olvidarnos de los brazos tendidos si apareciera un maná de petróleo. Pero en el gran viaje al futuro del país, hay que seguir dando el aventón y reservarle su espacio al compatriota, sin cerrar las ventanillas ni desconocer lo que palpita en la calle. Como los tres mosqueteros: Todos para uno, uno para todos.
(Tomado de Juventud Rebelde)
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