Limpios

Los trabajadores del Centro Provincial de Deshabituación de Adolescentes se esfuerzan por darle a estos muchachos las herramientas para encarar la adicción. Foto: Yaimí Ravelo

A los 12 años deberíamos estar entrando, todos, en la edad de las oportunidades. Y conocer el mundo, explorarlo, no debiera terminar, nunca, en perder el rumbo. Pero puede pasar…

A los 12 años, a Carlos y Rubén les cambió la vida. El «vuelco», que ahora rememoran, vino de mano de las drogas; y el camino de sucesión de pérdidas que desatan.

A Carlos se la ofreció un amigo de la secundaria, y la probó. «Al principio lo hacía solo los fines de semana, pero poco a poco se convirtió en la razón de ser de mis días. Tenía que consumir a diario, me volví un adicto», recuenta.

Nada bueno vino después. «Engañaba, manipulaba, robaba para poder comprar más, me enfurecía cuando trataban de imponerme alguna regla, maltrataba a mi mamá… hice las cosas que al principio jamás creí que iba a ser capaz de hacer… hasta que no pude más y pedí ayuda a mi madre».

Carlos tiene 15 años ahora y lleva 85 días limpio.

«A mí nunca me ha gustado la bebida. No tomo. No había encontrado ninguna droga que me enganchara hasta que me quedé más tiempo solo en mi casa. Mi mamá viajó, estaba ya en noveno grado; podía hacer lo que quisiera y empecé a comprar pastillas. Perdí casi todas mis cosas, las empeñé…», dice Rubén, y el recuerdo es para él aún más fresco.

«Llegué al punto de tomarme 90 tabletas en un día… tuve dos sobredosis con pérdida de conciencia, pero nunca llegué al hospital. Los amigos con los que consumía me ayudaban con lo que podían, pero tenían miedo de llevarme al médico porque temían que nos cogieran presos», rememora, para soltar de un golpe, a sus 16 años, que «esa es una vida de locos».

«Hasta que acepté que tenía un problema, y que no podía solo».

Ahora hace diez días que está en rehabilitación. Se enfrenta a un proceso de desintoxicación complejo, le cuesta dormir.

Cuando logra comenzar a descansar, aparecen los movimientos involuntarios, «los saltos» en la cama, se le acelera el pulso. «Pero no voy a salir de aquí hasta lograrlo», afirma.

Ana no corrió mejor suerte.  A la droga inicial la conoció a través de su novio. Paró de consumirla un año, cuando se separaron, hasta que volvió a empezar. Y a esa sustancia le siguió otra, donde «me enganché más».

«Incluso llegué a prostituirme, no paraba en casa; y me avergonzaba decirle a mi mamá lo que me estaba pasando. Fue ella quien buscó orientación, porque notó que algo bien malo sucedía».

Ana tiene 15 años; y hoy sonríe. Hace 107 días que es otra. Logró sacar el año, terminar la escuela; y sueña con estudiar Cultura Física.

Carlos y Rubén ya habían abandonado los estudios, pero quieren recomenzar. «Tenemos un proyecto de vida», «estoy logrando encontrarme a mí mismo, que es lo primero que vine a buscar».

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Puede que los nombres de estos adolescentes no sean los reales, pero sus historias sí. El apoyo para su recuperación lo encontraron en el Centro Provincial de Deshabituación de Adolescentes, en La Habana, donde desde hace 12 años, desde que se fundara el 5 de mayo del 2005, sus trabajadores se esfuerzan por darle a estos muchachos las herramientas para encarar la adicción, señaló a Granma el director de esta institución, el licenciado en Sicología Carlos Javier Lavín Verdecia.

Cuando llegan pidiendo ayuda, nos enfocamos completamente en implementar con ellos estrategias motivacionales que influyan en que abandonen el consumo, visualicen el problema, lo acepten y quieran permanecer en el centro o regresar, en caso necesario, explica el director.

Para la doctora Elizabeth Céspedes Lantigua, especialista en Siquiatría y máster en Uso Indebido de Drogas, es importante que la familia tome conciencia de que estamos asistiendo a un cambio en los perfiles de presentación de la enfermedad, tanto del perfil de iniciación, de estructura, como evolutivo de las adicciones.

Si bien hace una década la edad de iniciación en el consumo de sustancias como el alcohol, el tabaco y otras drogas en Cuba era en los últimos años de la adolescencia, hoy este fenómeno se ha desplazado hacia edades más tempranas, hasta en menores de 14 años, contexto etario de comportamiento similar en el mundo, sostiene la experta.

Asimismo, si históricamente las drogas de iniciación o primer consumo eran el alcohol y el tabaco, se observa ahora una tendencia al empleo de drogas ilegales, fundamentalmente la marihuana, e incluso los sicofármacos y otros medicamentos con efecto adictivo, explicó.

Cuando habla sobre el tratamiento, la doctora Elizabeth Céspedes se detiene en el adolescente y en la familia, porque insiste, «no hay familia sana con un hijo o hija adicto».

De ahí que los familiares también se incluyan en el tratamiento médico, que en el caso del adolescente va encaminado a producirle adherencia terapéutica, pues generalmente acuden compulsados por los padres o el contexto escolar y no siempre por una conciencia de la enfermedad o tener bien identificada la necesidad de ayuda profesional.

En ese sentido, explicó que ha sido un reto crear estrategias que permitan una relación atractiva con ese adolescente, generen aceptación en ellos del problema a partir de lograr que entren en contradicción con lo que quisieran ser, cómo verse en el futuro, y lo que son bajo el efecto de las drogas. Son estrategias centradas en los cambios en general para que sean mejores personas y se potencie en ellos el crecimiento motivacional, espiritual, racional y emocional, dijo la especialista.

Esas convicciones, valores y motivaciones se forman durante las actividades terapéuticas que se extienden durante toda la semana (actividades terapéuticas individuales, grupales y dinámicas familiares) y refuerzan a diario las razones para mantenerse en el tratamiento.

Al hablar de qué pudo haber pasado, las causas y condiciones que llevan al consumo, la experta se detiene en la familia nuevamente, y la responsabilidad que entraña; al tiempo que reconoce que la familia cubana apoya generalmente y está dispuesta a realizar los cambios necesarios para la protección de sus miembros.

Pero llama la atención sobre varios elementos que en el mismo entorno familiar pueden facilitar la iniciación del consumo a través de los aprendizajes y modelajes; y contribuir a la conformación de una vía adictiva.

«Nos preocupa sin embargo cierta dificultad que apreciamos en la familia cubana para no identificar el periodo de la adolescencia como algo que tiene que ser un problema. Muchos padres llegan ya a pedir ayuda dos o tres años después de que sus hijos estén consumiendo, porque no habían identificado las señales, que estaban allí desde hacía mucho tiempo, y creían o sentían que el adolecente es así», señaló la entrevistada.

Al respecto, apuntó que adolescencia no es igual a problema y esta es una visión errada que se tiene con frecuencia. «Sí hay señales que deben identificarse, y si bien es normal que en ocasiones el adolescente tenga reacciones y acciones inquietantes hay que comprenderlos. Quizá la manera es recordar cómo fuimos nosotros, los cambios de sentimientos, enfados ante la autoridad, miedo, esperanza… Todo eso puede ser normal en la adolescencia, pero son otros los problemas que quisiéramos que la familia fuese capaz de visualizar. No es lo mismo un adolescente que una adolescencia problematizada», dijo.

Las señales están a la vista: trastorno del sueño, desmotivación, rendimientos escolares que disminuyen, abandono de actividades que antes hacían, cambian los hábitos y organización de vida, pérdida de peso, separación de los amigos habituales y formación de un nuevo grupo que no es afín con su actuación o conducta anterior y con frecuencia son más adultos que el propio adolescente.

A ello se suman, de acuerdo con el licenciado en Enfermería Guisver Gil Green, el abandono del hogar, la pérdida de sentimientos positivos, conductas negligentes, promiscuidad, aparición de golpes y heridas que no pueden explicarse, o de utensilios como latas perforadas, pipas, cuchillas, cucharas; ansiedad, culpas, depresiones, cambios de humor, o conductas paradojales, agresividad, aislamiento…

«La familia debiera aprender a distinguir estas señales que sí explican que hay un problema y nada tienen que ver con la adolescencia normal», puntualizó la doctora Céspedes Lantigua.

«¿Qué hemos visto en el entorno familiar?». Pues que la comunicación se pierde totalmente. Los padres pasan mucho tiempo centrados en sus funciones económicas más que en las educativas. Muchos de los adolescentes que están hoy aquí, pasaron mucho tiempo solos. «Hay que aprovechar el tiempo en que la familia está junta, comunicarse, conversar, dialogar, hacerlos parte de sus decisiones», refirió.

La entrevistada agregó que por otra parte, vemos que la familia muchas veces o bien fue permisiva, o se centró en soluciones drásticas o dramáticas. Cuando se utiliza la crítica con palabras humillantes y denigrantes, se lacera la autoestima. El resultado es un adolescente controversial, ofensivo, desafiante y además con autoestima baja.

Formar habilidades de afrontamiento, que se entrenan y practican, es imprescindible y forma parte de las funciones de la familia. Amor, comunicación y comprensión son tres ingredientes que no pueden faltar.

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Carlos es ahora un líder positivo y ayuda a otros adolescentes que están en el Centro a «salir de la trampa».
Cuando se le pregunta qué le diría a otros jóvenes como él no lo piensa. «Traten de no caer, es un mundo malo de sufrimiento». «No da nada, más bien quita, y bastante», insiste Ana. «Para disfrutar no hacen falta las drogas. Amigos que pensé eran amigos, cuando determiné coger este camino me dieron la espalda. No sé qué dirán, no me importa», agrega Rubén.

Del otro lado de la línea telefónica Jorge, de 19 años, y con un tiempo ya apreciable sin consumir me habla de que se trata de «empezar de cero. Vivir por 24 horas, enfocados en el día de hoy. Soy adicto en rehabilitación», dice una y otra vez. «Lo esencial es pedir ayuda y dejarte ayudar, tener ese punto de humildad. Se puede, es un salto de fe».

Rubén esta semana ha dibujado una bandera de Italia. Le atan vínculos familiares en ese país, pero sin demora ha dicho a Elizabeth: «El próximo dibujo será la bandera de Cuba. Y dirá debajo: Cuba libre, y sin drogas».

(Tomado de Granma)

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