El espacio televisivo Mesa Redonda del viernes 30 de noviembre ofreció un acercamiento en voz de historiadores y especialistas a la épica batalla de Guisa, combate decisivo de la última etapa de la guerra de liberación nacional.

A las 6:00 de la tarde, del jueves 27 de noviembre de 1958, el batallón se logró llevarse a los cercados, en el arroyo Cupainicú, y a una de las tanquetas. La otra quedó en manos de los guerrilleros, quienes se apoderaron también de los 14 camiones, 35 mil balas y numerosos fusiles.

Fue su voluntad reducirse a cenizas, como si pretendiese que en aquella urna de cedro cupiese de golpe la inmortalidad. Iría recorriendo, por última vez, de una punta a la otra su isla hasta reposar definitivamente en Santa Ifigenia e iniciar, sin saberlo, otra historia.

Sé de mucha gente a la que le gustaría contar con un espacio público para gritarle al mundo lo que piensa sobre Fidel y de otros a los que se les quedaron atoradas las palabras en la garganta cuando lo tuvieron cerca, “porque su presencia paralizaba la sangre”, y confían en que ahora sí puede escucharlos, porque hace exactamente dos años se volvió omnipresente.

Dos años se cumplen ya de su partida y, con esa relatividad que suele acompañarnos a la hora de medir el tiempo -sentimientos y estados de ánimo mediante-, unas veces nos parece que fue ayer y, otras, que hace un siglo. Pero, sea como sea, lo cierto es que a Fidel se le extraña y que nos hace falta, más y más cada día.

Era el deseo general de enfrentar y derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista.
El hecho de que combatieran juntos miembros del M-26-7 y de la Marina de Guerra de la dictadura habla alto de los deseos de paz y libertad que esos jóvenes anhelaban para su país.