Mujer paradigma a seguir

Hace tiempo saldé cuentas con Adán. Le devolví su costilla. Gracias, le dije, pero no la necesito. Intentó disuadirme con teorías sobre mi inferioridad y me nombró a Schopenhauer y a Nietzsche. Devolví su estocada con mi doctrina de la libertad y una tesis feminista. Entonces se amparó en Aristóteles: “Hay que considerar la naturaleza femenina como un defecto natural”.

Contuve mi ira e invoqué a Juana de Arco. Después salí a derrotar cavernícolas, ya estaba cansada de barrer y desempolvar el paraíso. Pero no tengo cargos de conciencia, antes de marchar, lo invité, igual que Gioconda Belli, a “descubrir liberaciones conmigo”.

Después, en el camino, otros tantos no han creído en mi valía. “El mundo es muy fuerte”, han espetado con soberbia, pero no los escucho. Yo pienso, actúo y luego existo. Por eso, en la piel de la Curie, fui pionera en el estudio de la radioactividad; con la voz de Dolores Ibárruri desafié en España a las tropas franquistas, y en la India, con el apellido Gandhi, fui Primera Ministra.

Otras veces, como el personaje de teatro Lisístrata, he armado una huelga por mis derechos reproductivos. Tengo, además, una fuerte inclinación por la metrología, quizás por eso amo la equidad, el peso compartido.

Yo soy una y todas las mujeres del mundo, desde Eva hasta Frida Khalo, desde Teresa de Calcuta hasta Clara Zetkin, desde Mariana Grajales hasta Vilma Espín. Desde la empresaria que sondea el mercado hasta la guajira que araña la tierra. Desde mi bisabuela que tuvo 23 embarazos hasta “mí misma”, que apuesto por la superación.

No importa si Tomás de Aquino me definió como un ser endeble y defectuoso, si Rousseau pensaba que existía para serle útil al hombre, o si el cromañón postmoderno a veces quiere cortarme las alas. Mi lucha es fuerte y Napoleón lo supo: “Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo”.

(Tomado de Trabajadores)

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