Verano: estación tecnológica

En otro tiempo parecería insólito, pero hoy es usual verlos andar «conectados», cual cordón umbilical, a los más diversos tipos de dispositivos electrónicos, ya sea en los parques, encima de las guaguas y hasta en medio de una discoteca. A la juventud nada tecnológico le es ajeno.

Pudiese asumirse como una exageración, en un país donde lo que conocemos como «nuevas tecnologías», no son siempre las últimas del mercado. Sin embargo, no por eso deja de existir aquí tamaña adoración por ese tipo de objetos.

Numerosos investigadores sociales en el mundo concuerdan en que su uso forma parte de la cultura de esta generación e influye en las maneras en que sus miembros se relacionan.

En este sentido no pocos se preguntan si tal devoción por el mundo digital traerá más tropiezos que avances en la sociedad y las ideologías del futuro. Por eso resulta interesante analizar el asunto (observándolo apenas desde la recreación) a través de la mirada de los más jóvenes, y en la etapa vacacional cuando es mayor el tiempo libre, y crece la afluencia a espacios donde se disfruta de la tecnología.

¿Oportunidad o amenaza?

En un recorrido veraniego por los principales parques de la ciudad de Holguín, sitios preferidos por la juventud para conectarse a internet, se constató que esta es una forma no solo de comunicación con los familiares y amigos que se encuentran en el extranjero, sino también una manera de recreación. Ir a «la wifi» —como ellos le llaman— se convierte en una opción para reunirse «cara a cara» con las amistades y socializar con personas desconocidas.

Casi la totalidad de los entrevistados por JR admitió que usa internet para conectarse a Facebook o Instagram, con el fin de actualizarse sobre la vida de los «famosos» y conocer a nuevas personas. Como afirma Luis Rafael Pérez, de 19 años, «en las redes sociales puedes pasarte horas entretenido con amistades y ni sientes el tiempo pasar».

Alexander Almaguer, de 15 años, añade otro elemento a las potencialidades que encuentran: «Usamos el chat de Facebook para hablar con la chica que nos gusta. Así es más fácil acercarte, y no sientes vergüenza si te rechazan».

Sin embargo, las limitaciones del acceso a internet o a los dispositivos electrónicos y los costos son algunas de las acotaciones que subrayaron los encuestados.

Así lo patentiza Danier Arévalo, de 18 años, quien acepta las ventajas de la tecnología, sobre todo porque «se pueden conocer sucesos de cualquier parte del mundo y visitar lugares sin llegar allí físicamente; pero fuera de la Universidad no puedo conectarme porque no tengo celular».

A muchos adultos les preocupa que sus jóvenes estén cambiando, gracias a internet, el calor de una conversación «real» por una relación cibernética. Eso, sin mencionar el tema de la adicción a la red de redes, tan recurrente en el extranjero. Sobre este aspecto las opiniones divergen en relación con las ventajas y los peligros reales.

Así, Rocío Larramendi, de 25 años, confesó que no puede comenzar su jornada laboral sin entrar a Facebook: «Es como una enfermedad. Si no reviso los comentarios y los mensajes no me concentro en lo que tengo que hacer».

La Doctora Marybexy Calcerrada Gutiérrez, profesora del departamento de Sicología de la Universidad de Holguín, asegura que «este escenario no está exceptuado de riesgos, pues si bien esos recursos propician un gran número de conexiones en corto tiempo; a veces el encuentro con los más cercanos se dificulta, con lo que se empobrece la comunicación en el hogar, principal síntoma de la familia contemporánea».

No obstante, la experta advierte que «los riesgos y usos negativos no los genera la tecnología por sí misma; la disposición negativa está en quienes la orientan a fines nocivos. Por lo que la educación en valores es la condición primordial para un uso racional, oportuno, enriquecedor de las facilidades que ofrece esta nueva dimensión de las relaciones sociales. Ello supone un potencial de solidaridad importante de reconocer y estimular, para que esta era de la digitalización no represente la oportunidad del ocio infértil y de las relaciones superfluas».

¿Violencia, sexo y lenguaje de adultos?

La imagen del adolescente encerrado en su habitación se convirtió para el mundo en un cliché que muchos repiten hoy en Cuba. Pero, ¿hasta qué punto es cierto que nuestros jóvenes prefieren los juegos electrónicos o las pantallas de televisión para pasar el tiempo libre? ¿Qué hallan de atractivo en esos productos? ¿Encuentran solo esparcimiento o es una vía de enriquecimiento cultural?

Sandra Sánchez Reyes, especialista principal del Joven Club 1, de la ciudad de Holguín, uno de los sitios más frecuentados por estos días en busca de recreación tecnológica, asevera que diariamente atienden allí entre 40 y 45 jóvenes que se dedican a «competir» en red, en juegos como World of War Craft, Dota, Call of Duty, Rust, Delta Force y Minecraft.

«Aunque ofrecemos cursos cortos sobre diferentes temas informáticos, solo se interesan por el de redes sociales o por los juegos. A las siete de la mañana ya puedes encontrarte una buena cola para entrar a la instalación. Eso no sucede con los contenidos de La Mochila, a los que solo acceden semanalmente un promedio de 15 a 20 jóvenes, a pesar de ser muy interesantes», añade la especialista.

Algo similar ocurre con las propuestas de la televisión cubana, poco atractivas, muy repetitivas y anquilosadas, al decir de los encuestados.

Por esos motivos la mayoría prefiere las series y películas que «copian» por su cuenta. Entre los productos más buscados se encuentran los filmes de acción, de terror, de ciencia ficción, las series de vampiros y hombres-lobo, así como los concursos de participación y famosos reallity shows. Lo confirma Lilianne Rodríguez, de 18 años, quien trabaja a tiempo parcial en un banco de grabación. Ella comenta que entre los programas de mayor éxito se destacan Amor a prueba, ¿Volverías con tu ex? y Doble tentación.

«A pesar de que no son nada instructivos, a buena parte de la juventud les encantan», asegura la joven, y confiesa: «Yo también los veo, porque la competencia es atractiva y es extraño ver a personas que no se conocen conviviendo con otras de diferentes países. Lo demás es chabacanería y violencia. Esa parte la ignoro».

Y aunque no puede subestimarse el espíritu crítico de la juventud, lo cierto es que no todos se sienten capaces de determinar cuándo el producto carece de calidad. Así lo reafirma Alejandro Heredia, de 19 años, para quien un programa es bueno o no «en dependencia de los gustos, porque lo que es bueno para ti, quizá es malo para mí».

A esa realidad se unen las crecientes necesidades y exigencias de los más jóvenes, muchas veces desconocidas por los realizadores, pues, como expresa Ibeth García, de 21 años, los directores de programas tienen que dejar de esquematizar «cómo debemos pensar. Si van a hacer un programa para nosotros, debemos ser nosotros los que decidamos cómo será ese programa. Incluso las películas y las telenovelas cubanas salen primero en el paquete antes que en la televisión nacional. ¿Por qué?».

El máster en Ciencias Jesús Javier Rodríguez Calderín, profesor de Estética de los Medios en la filial del Instituto Superior de Arte de Holguín, y de Semiótica de la Imagen en la Universidad holguinera, explica porqué los jóvenes se sienten tan atraídos por este tipo de propuestas y a qué se debe que la competencia resulte tan desleal.

«Para ganar audiencia, las grandes cadenas o emporios televisivos usan recursos como la espectacularidad, la banalidad, la sensiblería y, sobre todo, la hiperrealidad, que se sustenta en relacionar sucesos de la vida privada de las personas con elementos ficcionales, como gancho para atrapar al espectador. Eso a la gente le fascina».

El profesor expone que esos mecanismos de la industria cultural se basan en estudios científicos de la sicología social y las actitudes de los individuos. «Son tan válidos, que muchas personas reconocen la banalidad de las producciones que consumen, y aun así optan por ellas, con la justificación del entretenimiento. Por eso podría decirse que hay una pérdida del espíritu crítico de la gente, más dada a desconectar el plug de las asperezas cotidianas que a pensar y analizar lo que consume», acota.

Desconectar con seguridad

La realidad no puede obviarse: los jóvenes adoran la tecnología, al punto de preferirla, a veces, por encima de la recreación al aire libre. Y aunque los temores al respecto pueden ser numerosos, no pocas experiencias demuestran que el aislamiento del que tanto se ha hablado depende de sus capacidades para entender o manifestar su propio esparcimiento. Eso sí, aún debe prestarse mayor atención a las necesidades de distracción juvenil y al desarrollo de su visión crítica para que puedan «desconectar» del trabajo y el estudio, incluso a través de la tecnología, de manera segura y saludable.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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