La Caravana continúa

La Habana es inmensa, pero la marea humana no disminuía, las emociones, tampoco. Desde mi puesto en la cama del camión estaba realmente estremecido al ver el fervor de tanta gente (luego, el cantor lo diría con sencillez insuperable: “los agradecidos te acompañan”). Tenía que sacarme aquello del pecho y llamé a una de mis hijas.

Le dije, articulando despacio las palabras para que no se me quebrara la voz, algo más o menos así: “Por mi trabajo en el Partido he podido cumplir muchas tareas, pero ninguna como esta.” Su respuesta fue: “Sé fuerte, papá.”

Y la capital fue solo el preludio. Así fue en toda Cuba. En las ciudades, los pueblitos, incluso, en el campo abierto. Cómo olvidar a los campesinos, sobre el caballo o de pie, en grupos o solos, con el sombrero en el pecho. A personas muy mayores haciendo un gran esfuerzo para, al paso de la caravana, incorporarse de su asiento o de la silla de ruedas. Al cieguito, con una muchacha a su lado (¿acaso su hija?) describiéndole lo que ocurría. A la gente apretujándose en aceras, portales, muros, azoteas. En varias ciudades, lanzándose a la calle tras el cortejo, acompañándolo. Por todos los lugares, el “Yo soy Fidel”, coreado al unísono por miles y miles.

Todo eso está filmado y las imágenes dicen más que las palabras. Voy a hacer solo una anécdota, precisamente, porque no se pudo filmar, la inclemencia del tiempo lo impidió.

A la altura de La Vallita, unos kilómetros antes de llegar a Camagüey, ya de noche, comenzó a caer un aguacero torrencial. La caravana seguía su paso. Y allí, en medio de aquel diluvio, estaba la gente al borde de la carretera. Padres y madres con sus hijos, sin dejarse vencer por la Naturaleza. Empapado en la cama del camión, confieso que mi primer pensamiento fue: “¡Cómo van a tener a los niños así!” Pero me contesté: “Si fueran mis hijos, ¡yo también los tendría allí!”

Los oficiales del jeep que llevaba la urna se pusieron de pie, para que pudieran divisarlos los que esperaban bajo el agua. Y así entraron a Camagüey: de pie.

No tengo el arte de escribir que admiro en los periodistas. Termino, por eso, con palabras que pedí prestadas a compañeros de Radio Rebelde. Esto que ellos dijeron es mi convicción más profunda: “Fidel murió como vivió, con dignidad y decoro, con absoluta coherencia en sus ideas y en la acción. Ahora, sus cenizas descansan en el corazón de una roca, donde solamente se leen las cinco letras de su nombre, sin fecha de llegada, pero tampoco de partida (…). Fidel es de todos. Pertenece a una nación. Cada quien tiene a su propio Fidel. Y será así, repartido entre millones, que su pensamiento perdurará para siempre en la historia de la Patria.”

(Tomado de Invasor)

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