Aún queda mucho Pancho

En Ceballos, supe que el trabajo no mata a nadie, sino que forma a la gente, expresó Francisco López Padiernes, un avileño que reta al amanaque.

Los cien años transcurridos tal parece que se los ha echado a la espalda. Las rápidas respuestas a las preguntas que instan al recuerdo de una vida dedicada no solo al trabajo, sino a las actividades del Partido Socialista Popular (PSP), evidencian una mente privilegiada que hace añicos al almanaque.

Francisco López Padiernes es un ceballero de pura cepa. En esas feraces tierras, rodeado de naranjas y otros cultivos, dio su primer grito recién salido del claustro materno, el 24 de junio de 1918. Pero pronto perdió su nombre y fue Pancho para familiares, camaradas y amigos.

“En Ceballos, supe que el trabajo no mata a nadie, sino que forma a la gente. Apenas con unos pocos años, comencé a laborar en la tierra. Desde entonces no paré de hacerlo hasta que me acogí a la jubilación, con 60 almanaques vencidos”, y suelta una sonora carcajada.

“Mire, papá tenía una pequeña hacienda que un colono le había cedido para que pudiera criar a la prole. Imagínese, éramos 11 hermanos, varones todos. Ahora solo quedamos dos: Abel que tiene 84 años, y yo. Ah, y un primo que recogió mamá, que es como otro hermano más.

¿Yo? Oiga, hice de todo: sembré y limpié caña, planté malanga, boniato, yuca; movía los animales, les daba agua. Dí guataca como un loco, lecciones que mucho le agradecí a papá, luego me dediqué a lo de la naranja.”

Una breve pausa para degustar el tradicional buchito de café, e indago sobre su ingreso al PSP, partido político en el que militó hasta que en los inicios de la década de los 60 se fundieron en aras de la unidad las principales organizaciones revolucionarias del país.

“Yo tendría 13–14 años y sabía que ese partido existía y por lo que luchaba. Pero escuche esto: “Resulta que una vez fui a buscar cogollos a la finca de unos García de por allí, y uno de ellos me sorprendió y me entró a cañazos. Corrí muchísimo y cuando paré, me dije: a la verdad que estos ricachos son unos malos, carijo, me voy a hacer comunista.”

En Ceballos me hicieron militante del PSP con 15 años. En la casa de mis padres conocí a varios dirigentes. A veces llegaban algunos comunistas de las bases y mamá les decía, adéntrense, que tienen que alimentarse. Le puedo decir que eran gente honesta, trabajadora.

“Mis primeras tareas consistieron en hacer campañas, propaganda, hablar con los campesinos y los trabajadores para atraerlos hacia el Partido, para que se incorporaran a las luchas contra aquellos malos gobiernos que tanto daño hicieron. Sí que caminé bastante, era campo a campo, casa a casa; qué manera de hablar con la gente. En el PSP milité hasta que luego del triunfo de la Revolución se unieron todas las organizaciones políticas para lograr una mayor unidad”.

Apunta que aquellos eran tiempos muy malos; como algo curioso me dijo que una vaca valía ¡4:00 pesos! “Yo trabajé con un americano y un inglés y ¿sabes qué hacían? Pues primero te probaban para ver si servías. Y si no, te botaban para la guardarraya. Por suerte para mí, estaban presentes las lecciones de mi viejo, que de mucho me sirvieron. Yo siempre tuve trabajo.”

Recuerda que en una ocasión se sacó un billete de la Lotería Nacional y ganó unos 7 000 pesos, toda una pequeña fortuna. Y con aquel desprendimiento que caracterizó a los militantes del PSP, buscó a Enrique Aspiazu, uno de esos hombres honestos que él conocía y le dijo:

“Mire Enrique, coja este dinero que yo dono para que se haga una escuela. Aspiazu le dijo que aquella acción lo había conmovido y que el dinero se lo retribuirían en mensualidades de 11.00 pesos.”

Pancho detiene la narración. Su memoria procesa datos de bien atrás. “Yo era regador en los naranjales y una noche, cercanas las 12:00, preparé las condiciones de los camellones y las máquinas, marqué el tiempo en el equipo, me recosté a un tronco… y me quedé dormido.

“De pronto me despiertan y era el americano. ‘Oiga, Pancho, ¿usted trabaja dormido?’ Yo le respondí que la verdad que me había dado sueño, porque el segundo riego no era fácil, por lo tarde que era. Entonces él me contestó: ‘Mire, si no fuera porque yo llevo los datos de los lotes suyos y los de Chiquitico —un compañero de faena—, los sacara ahora mismo de aquí, pero los que riegan ustedes me están dando el doble de la producción’.

“Y le expliqué que al naranjal había que regarlo bien al aniego, para que no quede nada sin agua, así la naranja demora más en la mata, no se cae y da más producción. Aquel hombre me miró de arriba abajo, soltó un aplatanado coño y espetó: ‘Mi madre, usted es un técnico de la naranja; no me interesa que duerma, yo lo que quiero es que la naranja dé el doble’, así era esa gente.”

Los envidiosos y a quienes les gustaba poco doblar el lomo, tildaban a Pancho de ñángara, como le decían antes a los comunistas. “Una vez —precisa Pancho— que entonces trabajaba en el lavadero, le llegó un chismecito al dueño: ‘Oiga, nosotros no sabemos por qué usted le da trabajo a este comunista’. Y la respuesta les cayó encima como un cubo de agua: ‘Miren, podrá ser muy comunista o lo que ustedes quieran; pero para mí es un excelente trabajador. Aquí lo que no admito es a los vagos’.

Pero no siempre Pancho salía bien librado de sus asuntos. En dos ocasiones lo detuvieron y tuvieron preso. Cuando el asalto al Moncada, por repartir proclamas contra Batista; estaba marcado, además, por la propaganda que hacía en las zonas rurales, exhortando a los jóvenes a que no se inscribieran en el ejército, a que no votaran, a lo cual sumaba, entre otras, la recogida de medicinas, ropa y calzado y la venta de bonos, lo que lo llevó a ser detenido en 1958. Al ser liberado tuvo que irse para La Habana, a trabajar con uno de sus hermanos en el Mercado Único, donde lo sorprendió el triunfo de la Revolución.

A partir de entonces, la vida comenzó a cambiarle al guajirito de Ceballos, pequeño poblado que lo acogió de nuevo. Ingresó en las Milicias Nacionales Revolucionarias, fue fundador de los CDR, delegado de una circunscripción del Poder Popular, trabajador de la granja Mariana Grajales, carpintero en el Plan Cítrico, interventor de fincas y machetero voluntario en varias Zafras del Pueblo; y movilizado cuando la invasión mercenaria en Girón y en la Crisis de los Misiles. Recuerda todos los días a Rosa, la mujer que le robó su corazón y que fue su esposa durante 52 años.

El veterano combatiente se jubiló a los 60 años. Pero siguió siendo útil a la sociedad, en la recolección de materia prima y otras actividades. Vinculadas a los CDR y al lugar donde vive actualmente en la ciudad capital de la provincia avileña.

Afirma que le agradece a la vida el privilegio de poder ver los avances de la Revolución que aún defiende, sobre todo aquellos relacionados con el trabajo, la educación, la salud, la asistencia social para que no existan ancianos desamparados; y le pide a las nuevas generaciones que trabajen, estudien y se preparen bien.

Casi al final, comenta con José Manuel Cardero (Acuña), de la Dirección Municipal de Atención a combatientes en Ciego de Ávila, y con su hermano Abel, presentes en la entrevista, la grandeza de Fidel y el ejemplo que significa para otros pueblos del mundo.

Francisco López Padiernes, el familiar Pancho, posee varias condecoraciones, entre estas, las medallas de Combatiente de la Lucha Clandestina, las conmemorativas de los aniversarios 30 y 50 de las FAR, la distinción 28 de Septiembre. Afirma que al cabo de un siglo de vida, se siente muy feliz de vivir en Cuba y de haber sido un continuador de aquellos que hace 150 años iniciaron las luchas por la independencia y soberanía de la patria.

(Con información de Invasor)

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